Cuando los Aguilar Corrieron a un Grillo y a un Vocero

Hace tiempo, allá por el 2004, en el verano, cuando las campañas, un grillo de la grilla priísta tuvo el encargo de coordinar equis distrito electoral. Entonces trabajaba yo en El Heraldo en la cobertura de las elecciones, y una de esas tardes recibí el recado de ese grillo invitándome, con carácter de urgente, a tomar un café.

Esa misma tarde nos reunimos en un negocio de fuente de sodas y café del Paseo Bolívar, de esos que solían poner algunas personas apostándole a que su amigo o amiga ganara la elección: “para hacerla con el negocio”. Recuerdo que el mesero, cocinero y cajero era toda una calamidad porque para ninguna de las tres cosas servía.

-No hemos tenido mucho trato, pero sabemos quiénes somos, así que te ahí te va-, me dijo el coordinador.

-Necesitamos que nos eches la mano en la comunicación de la campaña del distrito (no recuerdo cuál era), pero te adelanto que el que viene no es gente del partido y a la mejor no es de tu agrado-, me advirtió.

Le hice ver que nunca me ha gustado eso de hacer noticia pero me hizo ver que mis servicios los habían solicitado desde el alto mando, que me habían recomendado y que el trabajo seria por dos meses.

-Y quién será mi jefe o el candidato a promocionar-, interrogué.

-Mañana te digo. Te espero en El Mezquite a las cuatro de la tarde a comer con el aspirante y empezar a trabajar.

Evadiendo la redacción con pretexto de entrevistas, llegué puntual a la cita. Hacía cuatro años, desde que trabajaba en El Diario, que era reportero asignado al Congreso y a los partidos políticos y por tanto conocía, aparte de los políticos, al personal de apoyo de cada bancada y de cada partido.

Alargando el cuello y mirando para todos lados, buscaba en el restaurante a grillo de la grilla, pero no estaba; no había llegado. Cuando empezaba a hacerme preguntas de si me habían citado en el restaurante El Mezquite o en la colonia Mezquites, un mesero me llamó y me indicó que del otro lado de la isla o barra, me estaban esperando.

Cuando vi a la persona en la mesa que a distancia me saludaba, “me cayó el veinte” y con ello un golpe de desilusión: En la mesa estaba nada más y nada menos que la jefa de asesores de la bancada del Partido del Trabajo en la LX Legislatura: Lilia Aguilar Gil, hija del diputado por ese partido en dicha Legislatura, Rubén Aguilar Jiménez.

-¡Hola, cómo estás… bla, bla, bla. Siéntate, al rato llegan el grillo de la grilla y mi hermano Rubén!

¡Rájale! Sería yo el vocero del hijo de Rubén Aguilar, desde entonces y mucho antes, rey del contrabando de todo lo que se vendía en el mercado “El Pasito”; el mismo que en 1986 había puesto las siglas y gente del Comité de Defensa Popular al servicio del PRI de Saúl González Herrera para colaborar en lo que se recuerda en Chihuahua como el fraude electoral del verano caliente; del mismo Rubén que años atrás había traicionado a los líderes del movimiento inquilinario iniciado desde finales de los años 60, para adjudicarse además el control de casi todas las colonias fundadas por los Güereca, Sigala y otros.

¡Sería el vocero del hijo del único personaje de la política que me ha sido antipático, al que como reportero he entrevistado un par de ocasiones nada más; al hijo del diputado al que casi todos los fotógrafos en cada sesión «cazaban” durmiendo o comiendo.

Para cuando llegaron el grillo de la grilla y el aspirante a candidato por la alianza del PRI y el PT, el “Rubencillo”, había pasado un rato de charla entre Lilia y yo; plática de cosas triviales sin tocar temas de la campaña.

Nos saludamos y de inmediato el coordinador, al final de cuentas el grillo de la grilla, tomó el control del grupo: Llamó al mesero a quien le pidió trajera ya el “cara blanca” que temprano había ordenado. Entonces de frotó las manos y muy a su estilo se echó sobre el novato aspirante:

-Mira Rubén, ganar el distrito contigo va a estar muy cabrón; cuando me dijeron que coordinaría tu campaña me negué pero al final tuve que acceder, así que desde ahora te digo que vamos a trabajar muy duro con la esperanza que puedas alcanzar una plurinominal, pero no lo creo, eh-. Y muy a su costumbre, le dejó ir las recuas encima:

-¡Rubén, entiéndeme! ¿Cómo ganar contigo si tu papá arrastra todas las malas famas que pueda haber?- Y le soltó todo lo que arriba mencioné y otro tanto más.

No, no. En términos normales, sin alianzas, votos cruzados y triquiñuelas, Rubencillo no ganaría ni perdonándole varias mensualidades a los arrendatarios de El Pasito y de los tantos mercados y negocios que desde antes y hasta la fecha regentea su familia.

Rubén junior en aquel tiempo estaba muy verde para tomar la batuta, pero su hermana no. Ella era ya avezada en la grilla con la escuela del padre. Primero  dejó correr a mi jefe como para que tomara vuelo para luego pararlo en seco. Sin levantar la voz y como si recordara algún apunte o leyera un telepromter, aclaró:

-Mira Raymundo: Si bien hay una alianza entre los partidos, nosotros iremos solos; nosotros coordinaremos la campaña de Rubén; si quieres integrarte, bienvenido… ah, y otra cosa: No necesitamos vocero.

Pues sí. Si no necesitaban un coordinador -al menos no a ese coordinador-,  tampoco necesitarían un reportero -al menos no a este reportero-.

Cruzamos miradas don Grillo y yo con caras de “juat” y hasta el “cara blanca” se quedó “sin color: La chamaca, la “mocosa” que conocí en el 2001 como asesora legislativa, en ese tiempo algo rellenita y con alambres dentales en la boca, simple y sencillamente nos estaba despidiendo.

Al final lo único bueno de la reunión fue el “cara blanca”, un par de cervezas y la andanada de “lindezas” proferidas por mi exiguo jefe  sobre la persona de Rubén Aguilar Jiménez.

Hasta entonces -y creo que hasta la fecha- la familia Aguilar no había ostentado cargo público alguno por mayoría de votos, siempre los había obtenido en la mesa.

Tres meses después Rubén junior perdería la elección de ese distrito pero su padre ya tenía jugadas las cartas para que tanto él como su hermana Lilia, obtuvieran su respectiva curul plurinominal en la LXI Legislatura.

Por fortuna el chamaco no sirvió para eso de la política; “nadó de muetito” los tres años, alternando las causas legislativas con sus giros negros; no así su hermana, quien por un tiempo salió al padre, “ganando” curules como si fueran juegos de “conquián” o continental.

Luego otras de sus hijas también serían diputadas y creo que su esposa alguna vez fue diputada suplente suplente.

Para quien no lo sabe, Aguilar Jiménez sigue fungiendo como diputado local, aunque ya por mucho no es aquel oportunista que siempre daba el zarpazo desde las sombras. Lo años no han pasado de oquis y ayer perdió. Estaba muy enojado y molesto porque en el Congreso lo llamaron arrastrado, vendido y traidor y por ello arremetió en contra de un diputado y de paso -entre las patas- se llevó a varios reporteros de la fuente.

En poco más de tres décadas de periodista no había visto a Aguilar Jiménez perder la calma ni la sonrisa burlona que por tantos años lo caracterizaron. Desencajado, a su colega Gustavo de la Rosa lo llamó tres veces “pinchi cholo de Juárez” y a los reporteros los corrió del recinto, no sin antes advertirles: “¡A mí no me preguntan ni madre!”

No es intención hacer apología de las andanzas de Rubén Aguilar Jiménez, porque simplemente no hay referencia buena de quien donde pisa, deja mala huella. Sólo quise reconocer que tuvo mano izquierda y que cuando se requirió, tiró bola dura, aunque siempre con chapuzas, malas artes y ventajas.

reynaldo@elMejor.com.mx