Por: Reynaldo Domínguez Maro

De acuerdo a los últimos acontecimientos que en materia del combate al crimen organizado han salido a la luz, obliga a considerar al gobierno de la presidente Claudia Sheimbaum Pardo distinto y distante a la necia primicia los “abrazos y no balazos”, símbolo del permisivo sexenio de Andrés Manuel López Obrador, en cuyo lapso las organizaciones criminales crecieron al grado de cogobenar en algunos sectores del territorio nacional.

Al menos en el rubro de la seguridad, la postura de la señora presidente es plausible, pues por un lado muestra que el poder es para poder y que va por el exterminio o al menos, por la reducción de la criminalidad, así como por los servidores públicos inmersos en la corrupción. Y, por otro lado, con ello Sheimbaum Pardo está dejando claro no ser, como se ha dicho, la marioneta de su antecesor, cuyos hilos movería desde La Chingada; su finca en Chiapas.

Muestra de la intención presidencial de no dar abrazos y de detonar las armas, son las incursiones de las fuerzas armadas contra grupos delincuenciales en entidades como Sinaloa, Guerrero, Michoacán, Chiapas y Estado de México, donde no solamente han confiscado drogas y armas, sino que han respondido con fuego a los ataques y matado –según cifras no oficiales- a más de 200 malvivientes en poco más de dos meses.

Ejemplo claro de su distanciamiento con López Obrador, es la abierta disposición a reconocer la producción y tráfico en México de drogas como el fentanilo, lo cual éste negó hasta dormido. Para su marcada egolatría y falso decir, el reciente decomiso de tonelada y media de fentanilo y precursores, fue como recibir un escupitajo en pleno rostro que marca, sin duda, el distanciamiento de los nuevos huéspedes del Palacio Federal con su persona y, en consecuencia, tácitamente lo evidencia ante el mundo como mentiroso y por qué no, como cómplice del crimen organizado.

Ante los resultados, por obviedad, el naciente gobierno de Sheimbaum Pardo es visto con buenos ojos por la comunidad internacional, principalmente por los sectores políticos y económicos, al que López Obrador denominó hasta el cansancio como “los conservadores” y “mis detractores”.

Ojalá y así continúen marchando las cosas. Ojalá y a la presidente le sobren enaguas para reordenar el rumbo de la Nación sin escatimar nombres ni figuras. Por eso, ojalá, La Chingada, el rancho de retiro de Andrés Manuel López Obrador se convierta lo más rápido posible, en el rancho de su exilio.

Ojalá, señora presidente, no decaiga con el tiempo su plan para devolver la seguridad al país y la dignidad social perdida, caiga quien sea y sea quien caiga.