En la conmemoración más importante del cristianismo, adicional a la del nacimiento de Jesús, en Semana Santa persiste el espíritu religioso entre los creyentes. En las necesarias reuniones para homenajear estos días, los jóvenes en plenitud se reúnen para platicar cómo eran las costumbres en sus años mozos.

“Iniciaba con la cuaresma y era necesario mortificar el cuerpo flagelándolo y absteniéndonos de hacer lo que más placíamos mundanamente: así, había quienes dejaban de usar palabras altisonantes, de reconciliarse con quienes hayan tenido diferencias, dejar de comer carne roja, no consumir refrescos, café, té o bebidas alcohólicas, no fumar y así por el estilo. A toda la familia se le imponía el ayuno sobre todo el Sábado de Ceniza y los días santos. No era permitido hacer fiestas ni jolgorios de ningún tipo. Se cocinaba el pan para los próximos cuarenta días. De igual modo se quemaba a Judas por haber vendido por treinta monedas al Hijo del Hombre.

“Para el sábado anterior al de Gloria las mujeres se vestían de luto y los caballeros se descubrían la cabeza. Era indispensable arropar a los santos y a los espejos de los templos y del hogar con tela color morado. Era símbolo de penitencia. Tampoco se escuchaba música y menos aún era posible encender la televisión. Esos días no nos bañábamos. Era obligatorio tomar ceniza, acudir al lavado de pies y visitar los siete templos. Ahí nacieron leyendas como las que algunos santos difuntos salían por unas horas del campo santo, tomaban un carro de sitio y cumplían con ese mandato. Regularmente pagaban el alquiler con un anillo, una pulsera o un collar porque como es fácil inferirlo, a los muertos se les enterraba sin dinero.

“El viernes de crucifixión estábamos pendientes del reloj porque a las tres de la tarde esperábamos que el cielo se obscureciera. Aquí en el norte no era costumbre representar la crucifixión, eso nació posteriormente.

“Había mucho acato porque aunado al silencio en los hogares, se hablaba en voz baja, sumisión por los días santos. En Sábado de Gloria ya podía uno bañarse y lanzar cubetas de agua a quien pasase por las calles. Ese mismo día había un festejo conmemorativo para esperar la resurrección de Cristo. También debíamos acudir a la Misa del Fuego Nuevo y el Domingo de Ramos y tres feligreses leían los evangelios que correspondieran al sacrificio del Salvador.

“El Domingo de Ramos se iniciaba el novenario aunque con el pasar de los años se cambió por tríos de misas tres días seguidos. Después de la resurrección los cristianos estábamos felices porque Dios resucitó a su hijo de entre los muertos y durante los próximos cuarenta días se hizo presente a muchísimas personas antes de ascender al cielo y sentarse a la diestra de Dios Padre.

“Casi todos participábamos con un respeto y una fe infinitos. Los que no, eran mal vistos por herejes y quienes solían burlarse eran motivo de escarnio.

“Y los viejos de antes comentaban que ya no se celebraban los días santos como antes porque se habían perdido esas legendarias y auténticas tradiciones de reposo y reflexión.”

Mi álter ego está consternado con el incendio en Notre Dame. Un edificio icónico de la  Île de la Cité, de París, de Francia, de Europa, del Mundo y de la cultura occidental.

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