Cuiden al Presidente

No debería importarme si Juan, Andrés, Pedro, Carmen, Luisa, Ramona frecuentan lugares peligrosos. Tampoco si se apellidan Soto (aunque pueda llegar a ser un pariente),  López, Chávez o Riosvelazco. Si son mayores de edad y toman esa decisión entonces es su voluntad. Pero cuando se trata de una persona pública con una responsabilidad con la nación, sí es para que me preocupe.

Los hechos de atentados contra políticos a lo largo de la historia han sido frecuentes. Sólo unas cuantas muestras para fundamentar mi conclusión.

Presuntamente el famoso Julio César (100-44 antes de Cristo) exclamó, en los últimos segundos después de una conspiración, “Et tu, Brute?” Que se traduce como “¿tú también Brutus?” O bien “¿tú también, hijo?” esta cita es usada para externar la traición de una persona de su confianza.

Un convencido pacifista, Mohandas Karamchad Gandhi, rechazó todo tipo de violencia y practicó la desobediencia civil. En 1948, Nathuram Godse, un personaje relacionado con los grupos ultraderechistas de la India lo baleó mientras Mahatma se dirigía a rezar.

¿A quiénes protegerá más Dios que a sus representantes en la tierra? Seguramente a los papas. Sin embargo, en 1981, en la Plaza de San Pedro, Ali Agca le disparó en cuatro ocasiones a Juan Pablo II. El Sumo Pontífice afortunadamente sobrevivió al atentado y aún tuvo la oportunidad de, como buen cristiano, perdonar a su agresor. Después de esa experiencia debió emplear el llamado Papamóvil. Cabe resaltar que él era resguardado por la Guardia Suiza Pontificia y sin embargo esa protección fue insuficiente y debieron tomar medidas extremas.

A pesar de contar con cuatro filtros de seguridad, Anwar al-Sadat fue ultimado por extremistas musulmanes en 1981 durante un desfile militar en El Cairo. El complot fue planeado por quienes se oponían a los tratados de paz con Israel. Su pecado, intentar pacificar la milenaria disputa religiosa, ideológica, política y militar con los israelitas. Firmar los Tratados de Campo David, en Estados Unidos, le fue recompensado con el Premio Nobel de paz pero también signó su pena de muerte.

El político pacifista Sven Olof Joachim Palme, primer ministro de Suecia durante dos etapas y líder de Partido Socialdemócrata fue ultimado –en 1982- en las calles principales del centro de Estocolmo al momento de salir de un cine acompañado por su esposa. La pareja no contaba con guardia. Una persona se acercó a ellos y le disparó en la espalda al entonces primer ministro, quien murió prácticamente de inmediato.

El candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio Murrieta fue victimado en Lomas Taurinas en Tijuana en 1994 por, al menos es la tesis oficial, un asesino solitario.  El abanderado priista se había negado al resguardo inflexible del Estado Mayor Presidencial para estar más cerca de la ciudadanía. Mario Aburto pudo acercarse a su víctima sin nadie que se lo impidiera y dispararle en la cabeza.

De los presidentes de Estados Unidos, cuatro de ellos fueron víctimas mortales y otros ocho sufrieron atentados. Así, Abraham Lincoln (1965), James Garfield (1881), William McKinley (1901), John F. Kennedy (1963). En 1901 se designó al Servicio Secreto cuidar a la clase política norteamericana.

Y desgraciadamente la lista de magnicidios es enorme.

Los motivos pueden ser variados. Por ser un tirano, por pacifista, porque los criminales son fundamentalistas religiosos o políticos o tal vez para pasar a la historia.

Es necesario que Andrés Manuel López Obrador distinga con toda claridad entre su persona y su alta investidura. Los guardaespaldas, como es el caso del Estado Mayor Presidencial, son preparados profesionalmente. No basta con saber manejar un arma de fuego para saber cómo cuidar al presidente. El caso de la persona que se hizo pasar por periodista debe ser una llamada de atención.

Nadie quiere que un atentado en contra de AMLO cause una crisis política. Ni se le desea mal alguno. Es indispensable atender a la máxima kantiana “es de sabios cambiar de opinión”. Exponerse sin necesidad es entonces un asunto de Estado, no del capricho de una persona que es el Presidente de la República. Ojalá me equivoque, pero es plausible pensar que no faltará quién trate de asesinarlo porque no está de acuerdo con él o bien porque lo admire tanto y desee inmortalizarlo. Confiar en el pueblo es bueno, pero desconfiar es mejor.

Mi álter ego está de acuerdo en que se retome el programa de Fotomultas. Pero ojo, que sea para la prevención de accidentes y no con fines recaudatorios.

reynaldo@elmejor.com.mx